martes, 20 de marzo de 2018

Nocturno


Quiero dormir en una nube nocturna iluminada por una ciudad, tal vez Buenos Aires. Ver a todo el mundo ignorándome, ocupado de sus móviles, de sus vidas portátiles. Quiero soñar una noche de verano con una ninfa de urbe moderna y de ubre tierna. Ambos acostados en la nube mordiéndonos los dedos y los extremos...

Quiero olvidarme por un momento que existe el “ahí abajo”, con sus guerras, sus retornos, sus hondos pesares y sus extremas desbordancias de derechas milenarias. Quiero mis alas en los pies para poder sentarme en la antena de un edificio a escrutar la Humanidad y sus vaivenes, que nunca de los jamases ha estado tan sola. Entregados unos y otros a la autocomplacencia y al autoengaño, olvidados los unos de los otros. Sin más arte, sin más piel. Ahí debajo de mí, de mis besos con mi musa de cuerpo de rama recién madurada, está la Humanidad. Ahí debajo, está la ciudad incubando millones de vidas sin sentido para ellas mismas. 
Millones de cabezas y de cada cabeza una moneda, cada paso otra moneda, pasar la tarjeta, el riel, el romance de restaurante al aire libre, todas las cabezas soltando monedas grandes por encima de ellas, y no creo que lo sepan, miro mejor, no, no saben dónde irán a parar después de saltarles de la coronilla. Y en los edificios y sus penthouses, entre beso y beso, veo bebes gigantes y llorones, gordos y vestidos de poliéster, comiendo ríos interminables de aquellas monedas.                            
Pero quiero no verlo, quiero quedarme entre los huesos de mi flaca compañera que ahora parece más una parca bien alimentada. 
Quiero dormir en la nube del verano comiendo uvas bacantes, al estilo griego, en las rodillas de mi parca. No puedo, me arden los ojos con una luz que nadie me puede quitar del borde de mis parpados, me duele tratar de cerrarlos.




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