Eras un ángel en medio del verano naranja;
en medio de la callecita adoquinada,
sobre la que andabas de piedra en piedra,
como pasando un arroyo luego de desprenderte de las alas.
Tratabas de mantener un equilibrio preciosista
y dejabas que el mundo te viera irresistible vestida de flores.
Tu sonrisa (ese espectáculo brasilero!),
perpetua y escoltada por tus mejillas
y los paréntesis de sus hoyuelos.
Y las llamaradas esmeralda de tus ojos,
verdes y perturbadores como hojas de selva.