viernes, 6 de abril de 2018

Aquel momento

Ahí en su regazo el mundo era lejano, la luz tomaba otro color, más tenue, más apacible, los sonidos eran distantes y la noche afuera no guardaba peligros. Todo se movía lentamente en una esfera sostenida de tiempo, con un aire de aromas de jazmín florecido. No importaba nada más. Los dedos amorosos pasaban una y otra vez por su cuello y lo adormecían con el sonido crepitante y al vinilo de su cabello acariciado, lo estremecían, lo hacían entender que el mundo era un lugar mejor justo en ese momento, justo en ese regazo.


El fuego quebraba suavemente la noche fresca del otoño y la luna majestuosa en toda plenitud, jugaba a reinar en el cielo y ejercía su influencia a través de la ventana.
Por qué no se quedaba quieta la noche en ese segundo? Cuánto habría deseado él seguir sintiendo aquel perfume de galleta hormonal, esa piel tersa, ese calor de hembra dulce.
-Te amo -dijo él en medio de un susurro, entre sueños y embriagado por el placer de aquel momento. La borrachera tontarrona que solo puede dar la felicidad del amor. Pero lo dijo realmente, lo sentía realmente. 
En ese instante el mundo cambió. Se hizo un silencio oscuro en la otoñal noche, tan clara un momento antes, y fue tornándose más pesado con los segundos; un silencio que parecía una nota de violín creciéndole en el pecho. Pero él no se animó a abrir los ojos y advertir lo que sus palabras habían desencadenado. Un malestar arrebatador le corrió por la espalda al percatarse de los dedos de ella, quietos en su cabeza.
Pasaron un par de eternidades para él, sin animarse a decir nada, esperando que algo sucediera. La leña volvió a romper en fuego... Nada más. Él se maldijo una y otra vez, y mientras más pasaban los segundos infinitos, más se desencajaba y más incomodo se sentía.

Tenía que verla, tenía que confirmar el frío de su mirada y la rigidez de sus gestos para saber que todo había terminado por un par de palabras miserables. Lentamente abrió los ojos, temeroso de lo que había al otro lado de los parpados...
La luz tenue de la chimenea daba directo hacia él y su rostro sentía la calidez suave del fuego, fue lo primero que vio. Luego, incorporándose, con los hombros, los ojos y el corazón agachados (y si pudiera también con sus orejas bajas) se fue dando media vuelta con una lentitud pasmosa. Allí estaba ella sentada en el piso y su cabeza apoyada en el sillón,  con un cobija suave sobre sus hombros, que le dejaba un pecho al descubierto, con sus labios entreabiertos y ensalivados, y con sus ojos cerrados, dormida. La imagen era bellísima para él, pero por la implicación del momento, era además de todo: -Perfecta! -.
Aliviado, sonrió por su estupidez mientras volvía a la posición inicial en la que tan bien se sentía. Pronto se apagaría el ultimo trozo de carbón y tendrían que buscar un refugio más cálido, pero por ahora solo le apetecía quedarse dormido, disfrutando de lo poco que quedaba después de su exabrupto. Volvió a sentir el beso del sueño y justo antes de quedarse dormido escucho: "Yo también..."

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