viernes, 20 de abril de 2018

Clavis


Lepenser abrió los ojos y se miró a sí mismo. Ahí estaba, en la forma del niño que algún día fue, observándose en silencio. El pequeño, en posición de flor de loto, le sonrió, se puso en pie y se acercó para tenderle la mano: --Otra vez? --Le preguntó con naturalidad infantil.
Al levantarse, Lepenser vio al perro de gran tamaño y de color grisáceo que dormía al fondo del ominoso pasillo, al pie de una alcoba principal que él reconocía. Era la casa de su infancia. Observó la caja de herramientas de su padre sobre una mesa cercana y en ella, la enorme Stilson que había usado la vez anterior contra el perro.

--Acuerdate que no podemos matarlo o volveremos al principio --Le susurro su niño.
Lo sabía. Así que después de unos sigilosos pasos se lanzó bruscamente sobre el mastín, rodeándolo por el cuello con ambos brazos, tratando de dejarlo fuera de combate sin llegar a estrangularlo. Tras una pelea difícil y larga, el perro dejó de moverse; sin embargo ellos aun estaban ahí, lo cual daba a entender que seguía vivo. Lepenser tomó el collar del animal y se apresuro a poner la placa que lo adornaba, en la cerradura de la puerta, la abrió y raudo se dirigió hacia la cama. Por fin la encontró: La llave dorada que estaba buscando. Antes de tocarla miró a su niño por última vez y le dijo: --Gracias! --.
--Doctora, el paciente está despertando! --fue lo primero que escuchó.

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