El reloj volvió a dar las cuatro menos quince; con el resorte del segundero dando un sonido trascendental. Gardel cantaba detrás del susurro viejo de la radio.
Tic…
El humo se elevó hasta el pausado ritmo de las manecillas. Todavía no se exiliaba de los cafetines ni al cigarrillo, ni a su humo, ni a su ayuda meditacional. Alejandra dejó una huella de labios rojos en la colilla, luego la destripo contra el cenicero de la mesa y sus ojos verdes saltaron hacia la ventana para ponerse atigrados con el sol de la tarde.
Martin la observó desde la calle a través del cristal. Sus
miradas se ataron como imanes. Y el pecho de él, se deshizo con el aliento que le
quedó atorado en la garganta al verla. Su planeado encuentro se le fundió en
blanco en la cabeza.
El rumor del café se dejó sentir por completo un momento en
el que alguien salió y se abrió la puerta. Martin aprovecho el impulso, se
sumergió en el local y fue a sentarse justo al frente del cadáver de cigarrillo que Alejandra dejó en la mesa. Y casi como un en un susurro atinó a decir: –Perdón por el retraso –, pensando lo mal que sonaba eso una vez dicho. Quiso explicarse: –Había
un tumulto de gente que... –.
Alejandra con resolución ártica lo interrumpió: –No quiero que
me vuelvas a buscar –. Fijó sus grandes ojos en la criatura que tenía en frente
para calcular el mejor tono de sus palabras y siguió –He venido hasta aquí solo
para que te quede claro... Lo que pasó entre los dos… –. Por un momento sus
rasgos felinos se ablandaron, una sombra de compasión, un morderse los labios
para no ejercer todo su poder…
El estridente sonido del segundero volvió a caer…
–Yo… te necesito –dijo derrotada y tristemente Martin.
Fue todo. Alejandra saco de su bolso dinero más que
suficiente y lo dejo en la mesa. Miró por última vez los crespos castaños que
alguna vez disfrutaron sus dedos, dio un par de palmadas sobre los billetes
para darse ánimo o para reafírmalo. –Pero yo a ti no –sentenció
mortal y se fue…
La campanilla de la puerta despertó a Martin de su trance.
Miro alrededor. Confuso caminó hasta la puerta con toda duda de si él era él
mismo y su corazón se sobresaltó ante un pensamiento: “No la volveré a ver”. Y
volvió a retumbar Alejandra en su cabeza: “Pero yo a ti no”.
Martin salta a la calle apenas con tiempo de mirar los
cabellos oscuros de su deseo doblar la esquina a la derecha. Sus zapatos están
pesados por la incertidumbre, pero se van afianzando. Con cada avanzada toman
consciencia del movimiento al tiempo que se entregan al
movimiento sin consciencia. En un momento sus pies son redoble de asfalto y su
cuerpo intenta esquivar cada maniquí con el que topa. Estorbos de su obsesión.
Alejandra juega a desaparecer de su vista (vida) y otra vez se pierde en la
esquina a la derecha.
Navegando entre las personas Martin sentía su ritmo intenso
abalanzarse tratando de alcanzar el aquí, el tiempo presente. De calcular sin
llegar a hacerlo todas las posibilidades, incluso las desperdiciadas. En vano
trataba de fijar un pensamiento, de encontrar una salvación o algo que no le
implicara repetirse a sí mismo buscando las soluciones y las posibilidades
perdidas. Quería dejar de lado lo que ya estaba escrito por lo que tenía que
estar o lo que él quería que estuviese. Y no sabía si eran personas o dudas lo
que apartaba con las manos. Por fin llego a la esquina. El tangueo del abandono
cruzaba la calle. Seguramente podría pedirle un beso de despedida. –Sí, eso es –mascullo para sí. Esa idea animó su espíritu y despejo algunas incertidumbres
del camino. Ya con algo de fuerza y talante se animó a llamarla, a alzar la
voz, a acelerar el paso, a correr, sí, ¿por qué no?...
…
La puerta del camión del lado del conductor está abierta. El
tiempo se ha detenido momentos antes pero el sonido de la radio, aunque con
interferencia (“… el viajero que huye, tarde o temprano detiene su andar…”) y
el rumor de la gente parecen no haberse percatado que deben detenerse ante una
imagen como aquella. La luz roja del semáforo cambia a verde, indiferente a la
multitud aglomerada sobre aquel hombre joven tendido en el piso.
Luego… Alejandra seguirá su
camino con paso seguro. Una vez más doblará la esquina a la derecha sin la más
mínima curiosidad de lo que sucede detrás de ella… Llegará a la puerta y
entrará. Se sentará en una mesa desde donde podrá ver a la calle y pedirá un
café… Dudará por unos momentos si estar ahí o no… Encenderá su cigarrillo de
espera, su cigarrillo tranquilizador y con paciencia o impaciencia mirará el
reloj cuando este marque las tres horas treinta y tres minutos… Presentirá que
Martin tardará en llegar como de costumbre…
El segundero caerá inconmensurable y omnipotente con un sonido de resorte inmenso...Transuniversal…
Tac…
Solo se escucha la voz de Gardel en medio de esa calle, de ese barrio, de esa ciudad: “…Vivir con el alma aferrada a un dulce recuerdo que hoy lloro otra vez…”
No hay comentarios:
Publicar un comentario