jueves, 22 de marzo de 2018

Volver



El reloj volvió a dar las cuatro menos quince; con el resorte del segundero dando un sonido trascendental. Gardel cantaba detrás del susurro viejo de la radio.

Tic…

El humo se elevó hasta el pausado ritmo de las manecillas. Todavía no se exiliaba de los cafetines ni al cigarrillo, ni a su humo, ni a su ayuda meditacional. Alejandra dejó una huella de labios rojos en la colilla, luego la destripo contra el cenicero de la mesa y sus ojos verdes saltaron hacia la ventana para ponerse atigrados con el sol de la tarde.
Martin la observó desde la calle a través del cristal. Sus miradas se ataron como imanes. Y el pecho de él, se deshizo con el aliento que le quedó atorado en la garganta al verla. Su planeado encuentro se le fundió en blanco en la cabeza.
El rumor del café se dejó sentir por completo un momento en el que alguien salió y se abrió la puerta. Martin aprovecho el impulso, se sumergió en el local y fue a sentarse justo al frente del cadáver de cigarrillo que Alejandra dejó en la mesa. Y casi como un en un susurro atinó a decir: Perdón por el retraso , pensando lo mal que sonaba eso una vez dicho. Quiso explicarse: Había un tumulto de gente que... –.
Alejandra con resolución ártica lo interrumpió: –No quiero que me vuelvas a buscar –. Fijó sus grandes ojos en la criatura que tenía en frente para calcular el mejor tono de sus palabras y siguió –He venido hasta aquí solo para que te quede claro... Lo que pasó entre los dos… . Por un momento sus rasgos felinos se ablandaron, una sombra de compasión, un morderse los labios para no ejercer todo su poder…
El estridente sonido del segundero volvió a caer…
–Yo… te necesito dijo derrotada y tristemente Martin.
Fue todo. Alejandra saco de su bolso dinero más que suficiente y lo dejo en la mesa. Miró por última vez los crespos castaños que alguna vez disfrutaron sus dedos, dio un par de palmadas sobre los billetes para darse ánimo o para reafírmalo. –Pero yo a ti no –sentenció mortal y se fue…
La campanilla de la puerta despertó a Martin de su trance. Miro alrededor. Confuso caminó hasta la puerta con toda duda de si él era él mismo y su corazón se sobresaltó ante un pensamiento: “No la volveré a ver”. Y volvió a retumbar Alejandra en su cabeza: “Pero yo a ti no”.
Martin salta a la calle apenas con tiempo de mirar los cabellos oscuros de su deseo doblar la esquina a la derecha. Sus zapatos están pesados por la incertidumbre, pero se van afianzando. Con cada avanzada toman consciencia del movimiento al tiempo que se entregan al movimiento sin consciencia. En un momento sus pies son redoble de asfalto y su cuerpo intenta esquivar cada maniquí con el que topa. Estorbos de su obsesión. Alejandra juega a desaparecer de su vista (vida) y otra vez se pierde en la esquina a la derecha.
Navegando entre las personas Martin sentía su ritmo intenso abalanzarse tratando de alcanzar el aquí, el tiempo presente. De calcular sin llegar a hacerlo todas las posibilidades, incluso las desperdiciadas. En vano trataba de fijar un pensamiento, de encontrar una salvación o algo que no le implicara repetirse a sí mismo buscando las soluciones y las posibilidades perdidas. Quería dejar de lado lo que ya estaba escrito por lo que tenía que estar o lo que él quería que estuviese. Y no sabía si eran personas o dudas lo que apartaba con las manos. Por fin llego a la esquina. El tangueo del abandono cruzaba la calle. Seguramente podría pedirle un beso de despedida. Sí, eso es mascullo para sí. Esa idea animó su espíritu y despejo algunas incertidumbres del camino. Ya con algo de fuerza y talante se animó a llamarla, a alzar la voz, a acelerar el paso, a correr, sí, ¿por qué no?...
La puerta del camión del lado del conductor está abierta. El tiempo se ha detenido momentos antes pero el sonido de la radio, aunque con interferencia (“… el viajero que huye, tarde o temprano detiene su andar…”) y el rumor de la gente parecen no haberse percatado que deben detenerse ante una imagen como aquella. La luz roja del semáforo cambia a verde, indiferente a la multitud aglomerada sobre aquel hombre joven tendido en el piso.
Luego… Alejandra seguirá su camino con paso seguro. Una vez más doblará la esquina a la derecha sin la más mínima curiosidad de lo que sucede detrás de ella… Llegará a la puerta y entrará. Se sentará en una mesa desde donde podrá ver a la calle y pedirá un café… Dudará por unos momentos si estar ahí o no… Encenderá su cigarrillo de espera, su cigarrillo tranquilizador y con paciencia o impaciencia mirará el reloj cuando este marque las tres horas treinta y tres minutos… Presentirá que Martin tardará en llegar como de costumbre…

El segundero caerá inconmensurable y omnipotente con un sonido de resorte inmenso...Transuniversal…

Tac…

Solo se escucha la voz de Gardel en medio de esa calle, de ese barrio, de esa ciudad: “…Vivir con el alma aferrada a un dulce recuerdo que hoy lloro otra vez…”


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